El vallado que cubre los dos lados de las bocacalles y espacios sin edificar del encierro -850 metros- y del encierrillo -450 metros- suma un total de 13.000 piezas, entre tornillería, palometas, arandelas, cuñas de madera y, sobre todo, 900 postes verticales y 2.700 tablones horizontales.
Este vallado, que está marcado con letras y números para que cada pieza se coloque año tras año en el mismo lugar, se instala a finales del mes de junio y permanece en las calles hasta el último día de los Sanfermines. Algunos de sus tramos son fijos, pero otros, los que impiden el tráfico rodado, son montados y desmontados diariamente por una brigada de 40 carpinteros.
El vallado es de madera de pino roncalés u oscense, y algunos tablones veteranos de madera de olmo tienen más de 100 años de antigüedad. Todos los tablones horizontales y los postes verticales, que se anclan al suelo en huecos de 40 centímetros de profundidad, están reforzados con chapas metálicas para aguantar posibles golpes de toros de más de 600 kilos de peso lanzados a la carrera. Además, existen 12 puertas, también reforzadas, que se van cerrando al paso de la manada, para impedir así que los toros vuelvan sobre sus pasos hasta el inicio del encierro.
En la Edad Media y parte de la Moderna, las bocacalles del encierro pamplonés se cerraban con mantas y con carros, hasta que el ayuntamiento decidió, en el año 1776, colocar un vallado de madera que impidiera los frecuentes casos de toros que se escapaban por las calles de la ciudad.
En 1941, la seguridad y robustez del vallado pamplonés se vio acrecentada, pues desde entonces este vallado es doble, con un espacio de dos metros de distancia entre el primero y el segundo. Esta decisión se tomó porque el 8 de julio de 1939, un toro de la ganadería de Sánchez Cobaleda de nombre "Liebrero" rompió el entonces único vallado existente, cogió gravemente a una espectadora del encierro y tuvo que ser abatido a balazos por la guardia civil junto a la puerta principal de la plaza de toros.