Desde la antigüedad clásica, el toro ha sido considerado como un animal totémico que encarnaba las cualidades de los dioses –fuerza, valor y nobleza-. Por ello, el hombre, en su afán por igualarse al dios, ha retado desde hace milenios a los toros, desde Grecia, hasta Creta, pasando por Anatolia. Así, el encierro de Pamplona no es otra cosa que una manifestación moderna de dicho reto; es la forma local de desafiar a la muerte que potencialmente conlleva el toro.
El actual toro de lidia, al que Ortega y Gasset definió como “el profesional de la furia”, es producto de la evolución histórica del Bos Primigenius, que pobló la tierra en el periodo cuaternario y que posteriormente daría lugar al Uro, cuyo último ejemplar murió en Polonia en el siglo XV. Hoy en día, los toros bravos se crían en grandes extensiones de terreno sobre todo de Andalucía, Extremadura y Salamanca, aunque existen también algunas de estas ganaderías en Madrid, Navarra, La Rioja y Aragón. Se calcula que es preciso disponer de una hectárea y media de terreno por cada toro criado, y que cada kilo de animal adulto ha supuesto el consumo de 60 kilos de hierba, o 15 de heno. Por ello, los toros pasan sus primeros cuatro años de vida en enormes dehesas, en las que sólo ven al hombre de lejos y casi siempre a caballo, por lo que es imaginable el stress que sufren al ser trasportados a Pamplona en estrechos camiones y soltados en las calles con cientos de personas a su lado, en una explosión de colores, movimientos, ruidos y estímulos que nunca antes habían visto.
Dada la afición al toro grande de esta ciudad –el 25% de los que se corren en Pamplona supera los 600 kilos de peso y bastantes de ellos rozan los 700-, los astados que protagonizarán el encierro se escogen de entre los de mayor tamaño, trapío, pitones y seriedad de cara de las mejores y más afamadas ganaderías españolas, como Miura, Cebada Gago, Jandilla, Conde de la Corte, Guardiola, Marqués de Domecq, Pablo Romero, Dolores Aguirre, etc., nombres estos que se repiten en los carteles pamploneses año tras año.
El toro, a pesar de su apariencia torpona, es un animal muy fuerte, ágil –puede saltar alturas considerables- y rápido, mucho más rápido que el hombre, al que además septuplica en peso. Por ello, desde el plano de la hipótesis teórica serían ínfimas las posibilidades que tiene el hombre de ganar esa “batalla” contra el toro que es el encierro; y sin embargo, en el 95% de los casos el corredor en Pamplona sale indemne y vencedor de dicha batalla.